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Tipos de fobias más comunes y sus causas

  • Autor Autor Belen
  • Fecha de inicio Fecha de inicio
El miedo es una vivencia desagradable, por lo que todos intentamos neutralizarlo. Unas veces de forma adecuada, y otras de forma no tan saludable como sería de esperar.

Recuerdo una anécdota de una ocasión en la que llevé a mis hijos a ver el zoológico. Era un día soleado. Había un nieto y un abuelo que se encontraban frente a la jaula de los leones. Los animales rugían. Ante la mirada atónita de los presentes, el niño le dijo a su abuelo: “Vámonos, abuelo, pues parece que tienes miedo”.

Esta anécdota es un claro ejemplo de una de las maneras de reaccionar ante el miedo: proyectándolo en otras personas. El niño no quiere reconocer su miedo y lo proyecta en el abuelo. A veces, también en nuestra vida cotidiana nos cuesta trabajo admitir nuestros temores.

Otro buen ejemplo de esta manera defensiva de reaccionar ante el miedo es el de una paciente que vamos a llamar Ángela. Ella, después de haber sido invitada a ir de cena con los compañeros de trabajo con ocasión de la Navidad, se buscó una excusa para no asistir a ese acto: “Mi hija pequeña está con anginas”, dijo. La realidad era que tenía pánico a comer en público, sobre todo cuando iba con extraños y a un lugar que no conociera. Se servía la ración más pequeña y ponía mil disculpas para justificar su desgana: “No tengo hambre”, “hace un rato que he comido”, etc. La verdad era que Ángela estaba en tratamiento por padecer una fobia social.

La escena se repite con cierta frecuencia en la consulta de psiquiatría. En esta ocasión es Antonio, un joven de veinte años, que con los ojos clavados en el suelo susurra un “tengo miedo…” que su interlocutor no acaba de oír. Tras un breve silencio, prosigue: “Tengo miedo a montar en el metro y en el autobús”. Y respira hondo y profundo, como si se hubiera librado de un gran peso. Se percibe un cierto alivio en su rostro, y parece como si todo su cuerpo se relajara. En demasiadas ocasiones, tener miedo supone pasar vergüenza... ¡y es un signo de debilidad!

Otras veces el miedo parece más llevadero. Es el caso de Josefa, una chica de dieciocho años, que acude a consulta por el malestar generalizado que experimenta ante los exámenes: “Me siento como observada, el corazón me empieza a latir más deprisa, y las piernas se me ponen a temblar”.

Miedos ... y miedos: tipos de fobias
Ángela, Antonio y Josefa son una muestra de las distintas situaciones que producen miedo (en sentido técnico, podemos hablar de “fobias”). Son miedos invalidantes, totales o parciales, para el buen desarrollo de la vida cotidiana.

Las fobias más comunes se pueden agrupar en tres tipos:

# Fobia social
La fobia social o trastorno de ansiedad social es un trastorno que se caracteriza por un miedo intenso provocado por las situaciones de relación social. Quien lo sufre experimenta una gran angustia que afecta a su vida cotidiana.

Algunos de los miedos más comunes en este tipo de fobia suelen ser el temor a hablar por teléfono, hablar en público, ser observado por mucha gente, ser juzgado por un grupo de personas, etc.

# Fobia específica
La fobia que llamamos específica está causada por determinado objeto, animal, actividad o situación que ofrece poco o ningún peligro real. Como la causa del miedo irracional es bastante concreta (por ejemplo, temor a ciertos animales como las arañas, las serpientes, los perros, los caballos..., aversión por las jeringuillas) este tipo de fobia es menos invalidante para la vida cotidiana que la fobia social, puesto que la persona que lo sufre la evita no exponiéndose al objeto, animal o situación que le causa miedo. Por ejemplo, si la persona tiene miedo a las alturas, evita asomarse a un balcón, subir a una azotea, etc.

# Miedos existenciales





Incluso existen otros temores más universales y que afectan a una población mayor de seres humanos. Son los llamados “miedos existenciales”: miedo a la soledad, miedo a la muerte, miedo al cambio, etc.

En estos tres tipos de fobias podemos encontrar un denominador común: todos ellos producen temor, asco o repulsión, son desproporcionados tanto para el espectador como para el propio sujeto y son incontrolables; el individuo sufre precisamente porque siente que ha perdido el control de sus propias emociones. No puede vencerlas con la sola fuerza de la voluntad.

Fobias más comunes
Agorafobia: miedo a los espacios abiertos o públicos donde pueden producirse aglomeraciones de mucha gente

Claustrofobia: miedo a los espacios cerrados como los ascensores, el metro, el cine, etc. Esta fobia se acrecienta si los espacios son especialmente pequeños o mal iluminados.

Glosofobia: miedo a hablar en público. Es una fobia bastante común. A muchas personas les genera un exceso de ansiedad el tener que hacer una presentación en público de un trabajo. De hecho, los libros de autoayuda sobre cómo hablar en público y poder manejar la ansiedad están entre los más exitosos.

Acrofobia: se trata del miedo a las alturas.

Hemofobia: miedo irracional a la sangre. Las personas que sufren esta fobia sienten un intenso temor cuando anticipan la presencia de sangre ver sangre y pueden llegarse a desmayar solo con su visión.

Belonefobia: es el miedo extremo que algunas personas les provocan los objetos puntiagudos y afilados que puedan cortar o clavarse como cuchillos, navajas, sierras, agujas, alfileres, jeringuillas, etc. A menudo esta fobia está relacionada con otras dos: la hemofobia y traumatofobia (miedo a las heridas).



Aerofobia: es el tan común miedo a viajar en avión. Es probablemente la fobia específica más frecuente. De hecho, se estima que sólo a uno de cada 20 viajeros no les genera la más mínima preocupación el tener que volar. A la mayoría el tener que tomar un avión nos provoca un cierto resquemor, aunque solo para una minoría de personas este miedo se convierte en una fobia prácticamente insuperable.

Aracnofobia: asco o terror que siente la persona fóbica por las arañas. Es una de las fobias a los animales (zoofobias) más extendida.

Ofidiofobia: pánico al contemplar, o simplemente imaginarse, una serpiente.

Ailurofobia: Las personas afectadas por esta fobia pueden presentar hipersudoración, dificultades para respirar e incluso un ataque de pánico ante la sola presencia de un gato.

Cinofobia: es el miedo desmedido que se puede sentir por los perros. En muchos de los casos, esta fobia se debe a una vivencia traumática relacionada con un perro durante la infancia de la persona fóbica.

Nictofobia: miedo irracional a la noche o la oscuridad.

Astrafobia, también conocida como astrapofobia, brontofobia, ceraunofobia o tonitrofobia, consiste en el pavor que provocan a ciertas personas los truenos, los rayos y los relámpagos. Es bastante común en los niños. Se le llama también miedo a las tormentas.

Fobofobia: es una de las fobias más paradójicas, ya que se trata del miedo a entrar en pánico y no poder controlarlo.

Emetofobia: es el temor irracional al vómito, a la acción de vomitar o a ver a otra persona vomitando.

Carcinofobia: es el miedo exagerado y sin motivo justificado que tienen ciertas personas a contraer cáncer.

Necrofobia o tanatofobia: miedo a la muerte y a todo lo relacionado con ella.

Tapefobia: es el terror que causa la idea persistente a ser enterrado vivo.

Características de las fobias
Las fobias son miedos que se consideran patológicos por su intensidad y por las consecuencias negativas que producen en el individuo (limitan su actividad cotidiana), y en algunas ocasiones pueden incapacitar para realizar acciones sencillas: salir a la calle (agorafobia), hablar o comer en público (fobia social), etc.

La vivencia fóbica tiene cuatro características definitorias:

# 1.- Es desproporcionada
La situación fóbica provoca un miedo intenso y en muchas ocasiones es incapacitante.

# 2.- No tiene explicación lógica
El paciente comprende lo absurdo de su miedo, pero es incapaz de superarlo.

# 3.- Queda fuera del control voluntario del sujeto
No depende de la voluntad del paciente; y aunque éste se lo proponga, no podrá superar su fobia solo por el hecho de decidir hacerlo.

# 4.- Provoca la evitación
La única salida airosa que tiene el paciente es evitar aquello que provoca la fobia. Por ejemplo, no salir a la calle o no ir a comer a un lugar público si padece de una agorafobia o de una fobia social.

Miedo y psicopatologia


“El miedo -escribe Antonio Gala- se asemeja a un pozo, que cuanto más tierra se saca de él, más crece; y a la oscuridad, que cuanto más grande es, menos se ve”. Es decir, el miedo se incrementa con el miedo.

Julia tiene miedo a las “ratas voladoras”. Así es como esta paciente denomina a las palomas. Desde pequeña les tiene un miedo atroz y, no obstante (o quizá por eso, precisamente), ha leído y estudiado las costumbres de estos animales. “Son como las ratas -nos dice-: todo lo ensucian e infectan y, además, se multiplican sin parar”. Es tal el terror que estas aves le producen (se denomina ornitofobia) que en cierta ocasión estuvo dos horas encerrada en una tienda, pues en la plaza próxima había una bandada de palomas que no se marchaban. “Me sentí como atrapada, e incluso llegué a pensar que lo hacían adrede para fastidiarme. Ya sé que es una locura, pero en esos momentos de terror no se puede controlar la mente”.

Por su parte, Encarna lleva más de cincuenta años de angustia a cuenta de las tormentas. Se da cuenta de lo absurdo de su miedo, pero no puede evitarlo. Ése es el aspecto patológico de su vivencia. Pendiente siempre del cielo y de los partes meteorológicos, Encarna ha centrado su vida en averiguar qué tiempo hará mañana, si lloverá o no, si habrá tormentas o no. Esto se acentúa en verano, cuando las tormentas van acompañadas de gran aparato eléctrico. En esas situaciones, siempre busca un sitio donde refugiarse. Unas veces es el metro (ha llegado a esconderse en un rincón para que no la descubrieran, a pesar de saber que iban a cerrar el metro); otras veces es la sala de espera de la UVI del hospital más cercano. “Me he dado cuenta –me cuenta de que en ese lugar nadie pregunta qué haces allí, pues todos están abrumados por un intenso dolor. Allí me siento tranquila, pues no oigo los truenos ni veo los relámpagos. Es una manera de protegerme, de evitar que la tormenta me haga daño. Ya sé que esto es absurdo, pero siento cómo el miedo corre por todo mi cuerpo, y me invade un temor de destrucción y de muerte; es como si el cielo se derrumbara y yo estuviera debajo. Siendo yo pequeña, un rayo mató a un tío mío que estaba trabajando en el campo. Se organizó un gran entierro, y todo el mundo hablaba de lo peligrosas que eran las tormentas”.

Josefina es una mujer de 35 años. Acude a la consulta porque, desde hace meses, “tiene miedo a cruzar la calle”. Y me explica: “No puedo salir sola de casa, y los espacios abiertos me agobian: las piernas no me responden, y siento una sensación extraña e indescriptible. Sé que esto es absurdo, pero no puedo evitarlo. A veces tengo que esperar a cruzar un semáforo cuando hay mucha gente, pues así me siento protegida”.

Josefina es una de los millares de personas que padecen un “miedo irracional”. Para la mayoría de las personas este miedo incontrolable es difícil de comprender. Pero la vivencia está ahí, e incluso cada día se va haciendo más fuerte, hasta llegar a invalidar al sujeto (Josefina llevaba meses sin poder salir a la calle... ¡ni siquiera para hacer la compra!)

Los ejemplos se pueden multiplicar: no poder ir en el metro, no poder comer en locales públicos o, simplemente, no dejarse hacer una extracción de sangre para una analítica, etc. Son algunos de los miedos que nos pueden invadir e incluso incapacitar. El sujeto, en estas situaciones, se encuentra mal por doble motivo: comprende lo absurdo de esos miedos, pero al mismo tiempo siente que no puede hacer nada para evitarlo.

Prisioneros del miedo
Lo que subyace a todas estas situaciones de miedo irracional es la pérdida de la libertad para sentir y, a veces, para actuar: aunque lo deseen, no pueden utilizar el transporte público o sufren fuertes taquicardias cuando acuden a un concierto o a unos grandes almacenes. El miedo los atenaza y los incapacita para una adecuada actividad cotidiana. Padecer una fobia es como estar en una cárcel, aunque los barrotes son invisibles, pero tan resistentes como los físicos.

Precisamente lo que diferencia a unos miedos de otros es la consistencia de dichos ‘barrotes’; pero no su 'consistencia' real, sino la 'consistencia' que les atribuye el sujeto. Existen miedos que objetivamente, y vistos desde fuera, no son invalidantes, pero el individuo los vive de forma tan intensa que se incapacita para una actividad normalizada. A este respecto recuerdo que una paciente me dijo en cierta ocasión: “Por favor, doctor, no se ría de lo que le voy a contar -ella misma comprendía que era absurdo e irracional su temor-, pero mi problema es que tengo miedo... a los cuchillos”. Se dio cuenta de que yo comprendía lo que le pasaba cuando tomé la palabra: “Y tienes miedo a hacer daño a tu bebé”. Sentí como si le hubiera quitado un gran peso de encima. La paciente se dio cuenta de que su síntoma no era signo de locura (en sentido estricto). En psicopatología, esto se denomina “fobia de impulso”. Cualquier situación, incluso unos inofensivos cuchillos, puede provocar el pánico: el miedo se produce en la interrelación del sujeto con el objeto, aunque éste, per se, sea inocuo.

Causas de las fobias
A lo largo de la historia de la psicología se han ofrecido distintas explicaciones en relación con los comportamientos fóbicos, de las que resumiremos las dos más significativas: la teoría psicodinámica y la teoría cognitivo-conductuaI.

a) Según la teoría psicodinámica; la fobia es un síntoma (señal) de un conflicto psíquico subyacente que se gestó en los primeros años de la vida del niño. Es decir, que tanto para Ángela como para Antonio y Josefa, el origen de sus miedos habría que encontrarlo en el inicio de su existencia; sus miedos actuales serían un reflejo (un desplazamiento) de los conflictos infantiles. Así lo describió Freud en el caso del pequeño Hans, que tenía miedo a los caballos: su agresividad hacia el padre la había desplazado hacia los caballos.



b) Según la teoría cognitivo-conductual, la fobia es aprendida: es una respuesta emocional condicionada que tiene su origen en experiencias traumáticas a lo largo de la vida. No es raro, por ejemplo, encontrarse con personas que después de haber tenido un accidente de automóvil se niegan a conducir. Aquí el miedo es respuesta a una situación objetiva y concreta.
ALEJANDRO ROCAMORA BONILLA
Psiquiatra y catedrático de Psicopatología
 
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Holi, me gusta mucho todo lo que nos has dicho y me parece muy interesante ;)

Yo tengo fobia social, fobia a la sangre y fobia a vomitar (no se si habrá mucha gente q sufre esta última....espero no ser un bicho raro)
 
Un artículo interesante. La verdad es que con el tema de las fobias se puede llegar a pasar muy mal, y muchas veces los demás no lo comprenden.
 
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